Mujica, el guerrillero sereno
Político sin filtros, carismático y popular, el Pepe, como era conocido en Uruguay, entró por méritos propios en el panteón de los grandes personajes de esa América Latina que se quiere libre e independiente.

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"Para mí la política es la lucha para que la mayoría de la gente viva mejor. Vivir mejor no es solo tener más, sino ser más feliz, y eso tiene que ver con las carencias materiales, pero tiene que ver también con otras cosas". A José Alberto Pepe Mujica (Montevideo, 1935-2025), le gustaba dejar frases para la posteridad. Dotado de una resistencia innata, supo reinventarse siempre sin perder su condición primigenia de campesino austero. Mujica se empeñó en darle sentido a su vida y no encontró mejor vía que la causa socialista.
Guerrillero sin alma militar, sobrevivió a doce duros años de prisión. Político sin filtros, carismático y popular, llegó a la Presidencia de Uruguay a los 74 años sin cambiar sus hábitos espartanos. Supo llevarse bien con sus aliados latinoamericanos de izquierda sin molestar a Washington ni renunciar al libre mercado. El Pepe, como era conocido en Uruguay, ha entrado ya en el panteón de los personajes ilustres de América Latina, tras su fallecimiento este 13 de mayo.
Hay quien dice que el expresidente uruguayo se esforzaba para que su discurso sonara lo más popular posible.
Las contradicciones de sus postulados políticos (elogios al marxismo y guiños al capitalismo) convirtieron a Mujica en un dirigente peculiar, idolatrado por la izquierda y bien considerado por una derecha latinoamericana que, más que su austeridad vital, ponderó sus mimos al gran capital.
Mujica sabía cómo ganarse a unos y a otros. Fue su gran virtud. Podía hablar con Hugo Chávez del socialismo del siglo XXI y, al día siguiente, encarar con éxito una negociación comercial con la Casa Blanca. De joven admiró a Fidel Castro, pero quizá el político que más le influyó fue Luíz Inácio Lula da Silva, otro hombre del pueblo devenido mandatario.
Hay quien dice que el expresidente uruguayo se esforzaba para que su discurso sonara lo más popular posible. Como Lula, Mujica le hablaba a los de abajo con su mismo lenguaje. Eleuterio Fernández Huidobro, compañero de armas y de prisión, dijo en cierta ocasión que el Pepe siempre había sido así. Y precisó: "Al darse cuenta de que su discurso caminaba, lo cultivó. ¡No lo iba a cambiar!".
Por más que el poder le hiciera ver la dificultad de cambiar las cosas, Mujica no dejó nunca de ser un soñador con ansias de darle la vuelta a la tortilla. Abrazó el ideario anarquista siendo un chaval, pero pronto se sintió más próximo a un marxismo no ortodoxo. Esas ideas lo llevaron a militar en organizaciones de izquierda y a formar parte del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), la guerrilla que quiso tomar el poder a la brava a finales de los años 60. "Éramos políticos con armas", repetiría Mujica muchas veces al referirse a su etapa revolucionaria.
La popularidad de la guerrilla desbordó a sus dirigentes. Pasaron de ser un puñado de idealistas a varios miles de militantes encuadrados en columnas casi autónomas que pusieron en práctica las tesis del foquismo guevarista en versión uruguaya. Sin selvas ni sierras maestras, a los jefes tupamaros no les quedó más remedio que aplicar las ideas del Che (un foco rural de vanguardia capaz de expandir la revuelta del campo a la ciudad) en el asfalto. Las llanuras del paisito no dejaban alternativa. Así nació el foquismo urbano, una guerrilla de ciudad que puso contra las cuerdas al Gobierno y que sucumbiría tras el golpe de Estado de 1973.
De la clandestinidad a la cárcel
Dos años antes, Facundo —uno de los nombres de guerra de Mujica— estuvo a punto de morir en un encontronazo con la policía en Montevideo. Recibió varios balazos y sanó las heridas en su celda. Todavía convaleciente, participó en una de las fugas más espectaculares que se recuerden en la región. El 6 de septiembre de 1971 se escaparon del penal de Punta Carretas 106 militantes tupamaros gateando por un túnel de 40 metros. Pero la libertad le duró poco a Mujica. Fue detenido pasados unos días.
La dictadura de Juan María Bordaberry dio al traste con los planes de Tupamaros de instaurar el sueño de Guevara en Sudamérica. Como escarmiento, el régimen se cebó con tres de sus líderes: Mujica, Huidobro y Mauricio Rosencof. Encerrados en celdas de castigo, los tres jefes guerrilleros soportaron torturas físicas y psicológicas. Se trataba de llevarlos al umbral de la locura y de la muerte.
Los guerrilleros pasarían doce años en prisión, con largas temporadas incomunicados, durmiendo en el suelo en tabucos sin ventanas, con el único vínculo de sus carceleros. La salud mental de los prisioneros se resintió. Mujica se entretenía conversando con las ranas y escuchando los gritos de las hormigas. Esa etapa negra de su vida le dejaría graves secuelas físicas y psíquicas. Aun así, nunca guardó rencor hacia sus custodios. Cuando visitó Buenos Aires en 2018 para asistir al estreno de la película La noche de 12 años, que recrea el cautiverio de los tres dirigentes tupamaros, a Mujica le preguntaron si recordaba algún gesto humanitario por parte de sus carceleros. "Sí —contestó—. La humanidad aparece clandestinamente. En aquellos años de prisión tuve muchas conversaciones con los soldados. Yo en mi calabozo y ellos en la guardia. Es más, me hice amigo de algunos soldados, y la amistad se mantiene hasta hoy, cuando ya son soldados retirados".
Al salir de la cárcel, en 1985, Mujica era ya un hombre maduro de 50 años, avejentado por las penurias sufridas. Decidió volver a la granja familiar a cuidar de la huerta subido a su tractor. Y, como complemento a esa vida sencilla (la que le proporcionaba la felicidad), continuaría con su militancia (la causa que daba sentido a su existencia).
Mujica pasó a ser conocido como el Pepe, un político distinto, sin discursos acartonados ni soflamas revolucionarias
Con el advenimiento de la democracia, el Movimiento de Participación Popular (los antiguos tupamaros) acabarían integrándose en el Frente Amplio en 1989. Los guerrilleros dejaban atrás sus armas y sus nombres de guerra. Mujica pasó a ser conocido como el Pepe, un político distinto, sin discursos acartonados ni soflamas revolucionarias. Sus seguidores enseguida fueron legión. Les gustaba la manera en que Mujica dialogaba con ellos, con los mismos giros y expresiones que utilizaban en su día a día.
Acompañado siempre por Lucía Topolansky, su pareja y compañera de militancia, Mujica fue haciéndose un hueco en el espectro político del Uruguay. En 1995 ya era diputado. El primer día que llegó al Parlamento, aparcó su Vespa frente al palacio legislativo y un guardia le preguntó cuánto tiempo iba a estar adentro. Mujica le contestó con su habitual sorna: "Si me dejan, cinco años".
Su aspecto descuidado (no usaría traje hasta que Lula le dijo en broma que se pusiera uno para ganar la Presidencia, como había hecho él) provocaba la hilaridad de los atildados legisladores de los partidos tradicionales (blancos y colorados). Pero el Pepe no se arredraba. Él era machadiano (de sangre jacobina y manantial sereno), y a quien quisiera escucharlo, le recitaba aquello de "ya conocéis mi torpe aliño indumentario".
Su carrera política fue en ascenso y en 2005, cuando el Frente Amplio logró romper el binomio blancos-colorados que se había repartido el poder históricamente en el país, ocupó la cartera de Ganadería, Agricultura y Pesca en el gabinete de Tabaré Vázquez. Cuatro años más tarde, la sucesión de Vázquez como candidato presidencial parecía destinada a su ministro de Economía, Danilo Astori, del ala más liberal del Frente. Pero se interpuso el fenómeno Mujica. Arrasó en las primarias y Astori tuvo que conformarse con ser su acompañante en la fórmula presidencial. En noviembre de 2009, Mujica, el floricultor feliz, el militante heterodoxo, el dirigente locuaz, ganaba las elecciones y se convertía en presidente electo de Uruguay a los 74 años.
El presidente más pobre
El poder no le hizo cambiar su modo de vida. Pronto pasaría a ser conocido como el presidente más pobre del mundo. Mujica y Lucía Topolansky (con un escaño de senadora) no se movieron de su sencilla casa en Rincón del Cerro, a las afueras de Montevideo, donde se ocupaban de los asuntos de Estado mientras le echaban un vistazo a los guisantes y al maíz de su chacra y acariciaban a Manuela, su célebre perra de tres patas.
La sobriedad fue una de las señas de identidad que José Mujica mantuvo siempre. Su deseo de realizar grandes transformaciones sociales, sin embargo, quedó enterrado por la realpolitik. Mujica era, ante todo, un hombre pragmático. El ideario tupamaro (reforma agraria, nacionalización de la banca, etc.) quedaba demasiado lejos.
Su amigo Lula ya se había percatado unos años antes de que se podían lograr avances sociales (como la reducción de la pobreza) siempre y cuando se dejara tranquilo al gran capital. Una socialdemocracia criolla era todo lo que se podía esperar de Mujica. Con los trajes se ganaban elecciones pero se perdían ideales. Quizá por ello, el Pepe acabó su mandato con unos índices de popularidad mucho más bajos de los que tenía al llegar al poder.
El Gobierno de Mujica sacó adelante leyes como el matrimonio igualitario, la despenalización del aborto y la legalización ordenada de la marihuana.
Aunque su gran preocupación fue la educación, a su Gobierno se le recordará por haber sacado adelante una serie de leyes de corte progresista, como el matrimonio igualitario, la despenalización del aborto o la legalización ordenada de la marihuana. Su estilo desenfadado fue traspasando las fronteras. Todo el mundo quería entrevistar a ese presidente que vivía en el campo y no tenía pelos en la lengua. Se sentía unido ideológicamente a la marea rosa que recorrió América Latina a principios de siglo (con Chávez, Lula, Evo Morales, Correa, los Kirchner…), pero su incontinencia dialéctica le jugaba malas pasadas, y de vez en cuando le lanzaba un zarpazo a este o aquel gobernante, por muy de izquierdas que fuera.
Como presidente (2010-2015), Mujica tuvo que asumir las desilusiones que provocaba la estrategia pragmática de su Gobierno. Seguía pensando, no obstante, que había que ponerle coto al hiperconsumismo fomentado por el sistema capitalista. En la Cumbre de Río de Naciones Unidas celebrada en 2012 habló el militante por boca del estadista: "La lucha que se debe dar es cultural para lograr otra manera de vivir que no sea gobernada por el mercado".
A finales de abril de 2024, el exguerrillero anunció que padecía un cáncer de esófago de difícil curación. La enfermedad no impidió que continuara con las tareas de militancia en su partido, una actividad que compaginaba con el cuidado de su huerta. La parca, en palabras de Mujica, ya anduvo antes rondando su catre, aunque en esta ocasión, se lamentaba con sarcasmo, llegaba con "la guadaña en ristre".
Retirado del primer plano de la política, Mujica siguió fiel a sus principios hasta el final de sus días. En su casita de campo tal vez pensara en las decepciones que le deparó el poder, pero debió de sentirse aliviado al caer en la cuenta de que él había conseguido lo más importante: darle sentido a la vida.
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