Jesús Núñez: "Los complejos históricos de países europeos como Alemania permiten a Israel sus desmanes en Gaza"
El codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria critica que la UE no tome medidas efectivas contra Tel Aviv y permita la ocupación de Palestina.

Madrid-
Jesús Núñez Villaverde, experto en relaciones internacionales y codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria, analiza las causas del ataque de Israel contra Gaza y denuncia la inacción de la Unión Europa para frenar la ocupación y la "limpieza étnica" en Palestina. Especialista en el mundo árabe-musulmán, también reflexiona sobre la invasión rusa a Ucrania y el papel de Donald Trump, con China de fondo.
¿Es posible frenar los ataques de Israel contra Gaza?
Debería ser posible, puesto que hay un marco institucional y un marco legal que establecen claramente que muchas de las acciones que Israel ha llevado a cabo hasta ahora violan la ley internacional, las normas más básicas de la guerra, el derecho internacional, el derecho internacional humanitario y el derecho de los derechos humanos, pero lo que falta es voluntad política, fundamentalmente por parte de los Gobiernos nacionales.
Por lo tanto, tenemos capacidades sobradas para aplicar todas esas normas a cualquiera que las viole, aunque lo que se ha demostrado hasta ahora es que Israel tiene un margen de maniobra —del que no disfruta ningún otro Estado del planeta— que le permite cruzar todas las líneas rojas sin tener que asumir ninguna consecuencia.
¿A qué responde la pasividad internacional, incluida la de los países árabes?
Ahora mismo —tal y como lo llevamos comprobando desde hace ya no años, sino décadas— no hay voluntad política por parte de los Gobiernos para actuar con arreglo a la ley internacional respecto a lo que hace Israel. Eso lleva a preguntarse por qué Tel Aviv disfruta de ese margen de maniobra que no tiene ningún otro país. Hay que entender que, desde que nace el Estado de Israel en 1948, se le ha malcriado y acostumbrado a hacerle pensar que no hay ningún límite que no pueda traspasar. Por lo tanto, 77 años después es difícil imaginar que ese actor vaya a ajustarse a las normas que valen para los demás.
Si eso se añade el peso y la influencia del llamado lobby judío o israelí, podemos entender que su control —en muchos casos, dentro de Estados Unidos, financiando a cargos políticos, sean gobernadores, senadores, congresistas o presidentes— le da también un margen de maniobra enorme, porque cuenta con que Washington va a respaldar diplomática, económica y militarmente todas sus aventuras belicistas.
También hay que sumar, por parte de la Unión Europea, la fragmentación interna entre los Veintisiete, de tal forma que hay algunos países que no han conseguido superar todavía sus complejos históricos —y obviamente Alemania es el principal de ellos—, lo cual le permite a Israel hacer lo que quiera sabiendo que desde Bruselas no van a llegar más que denuncias y condenas, pero nunca medidas efectivas que pongan límite a sus desmanes.
Y los Gobiernos árabes —cuyos gobernantes, en muchos casos, ocupan el poder por el respaldo que reciben de Estados Unidos y de Occidente en general— no representan a la llamada calle árabe. De hecho, ahora mismo hay una fractura enorme entre los Gobiernos de esos 22 países y la calle árabe, que es básicamente pro Palestina, de tal manera que se encuentran subordinados a unos dictados —que vienen fundamentalmente de Washington— que los convierten en absolutamente inoperantes para defender lo que dicen, porque se llenan la boca con la defensa de la causa palestina, aunque luego sus actos demuestran todo lo contrario.
¿Ejercería presión sobre Israel un boicot económico y un embargo de armas, conscientes de que algunos países europeos le compran armas y otros se las venden?
Debemos tener en cuenta que el instrumental del que dispone la comunidad internacional no es evidentemente perfecto, pero que en otros casos ha conseguido algunos resultados. Quiero decir que hay países que, cuando han violado el derecho internacional, han sido sancionados diplomáticamente en el marco de la ONU, económica y algunos incluso militarmente.
Sin embargo, en el caso de Israel eso no ha ocurrido nunca, por tanto no sabemos qué efecto podría tener. Al menos en términos teóricos, podemos imaginar que si la Unión Europea es el principal socio comercial de Israel, ahí tiene una palanca enorme para hacerle sentir las consecuencias de sus actos. Lo mismo si hablamos en el terreno estrictamente militar.
No tanto porque Israel necesite armas de fuera —hay que recordar que es uno de los mayores exportadores mundiales de armas y que tiene una colaboración muy estrecha con Estados Unidos, lo que le permite contar con una tecnología armamentística muy sofisticada—, aunque en cualquier caso ahora mismo en torno al 65% de las armas que importa vienen de Estados Unidos y en torno al 30%, de Alemania.
Por lo tanto, ahí habría una palanca que le haría sentir a Tel Aviv que no tiene ninguna frontera que no pueda traspasar. Así, un embargo de armas tendría efectos no solamente para venderle a Israel, sino también para comprarle, puesto que sus exportaciones le permiten alimentar su propia industria armamentística —acaba de batir su propio récord: 15.000 millones de dólares en 2024, por lo que lleva cuatro años aumentando sus exportaciones e, incluso en mitad de la masacre que ha provocado en Gaza, se le sigue comprando más armamento y tecnología militar— . Si no fuera así, evidentemente tendría repercusiones que afectarían a ese sector y que harían pensar al Gobierno israelí en un comportamiento distinto.
¿Pero, visto que Israel sigue actuando en Gaza con impunidad, han sido efectivas las medidas previas adoptadas, fuesen políticas, económicas o comerciales?
A Israel no se le ha aplicado ni una sola sanción diplomática, ni económica, ni militar. Por lo tanto, es un terreno absolutamente desconocido. Lo que podemos pensar a nivel internacional es que las sanciones no han derribado ningún Gobierno —ni el de Irán, ni el de Corea del Norte, ni obviamente el de Rusia—, pero que, en cualquier caso, es el instrumental del que dispone la comunidad internacional. Si encima no se usa, como en el caso de Israel, evidentemente se le concede más margen de maniobra.
¿Y es efectivo el boicot de bandas y del público a los festivales de música españoles pertenecientes a KKR? ¿O supone apenas una medida simbólica? ¿Cree que el hipotético impacto económico podría provocar una reacción del fondo proisraelí?
Sin pensar que las sanciones por sí solas vayan a conseguir un cambio de rumbo drástico por parte del Gobierno israelí, es evidente —y lo hemos registrado así desde hace ya unos años, cuando se puso en marcha la campaña Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS)— que tienen efectos y provocan que algunas empresas israelíes se sientan afectadas por lo que puedan venirles en esa dirección.
El potencial de la campaña BDS es importante, aunque hasta ahora ningún Gobierno se ha atrevido a asumirlo, pero sí consumidores del mundo occidental. Entiendo que el boicot a KKR es más simbólico que efectivo, sin embargo los símbolos también tienen importancia. Se trata de que los ciudadanos, como consumidores, optemos por actuar de una manera u otra con los instrumentos que tenemos a nuestro alcance.
Porque, insisto, uno no puede esperar que una medida así suponga un giro de 180 grados en el Gobierno israelí, pero evidentemente contribuye a hacer ver que lo que está haciendo resulta inaceptable [puede leer la respuesta completa en este artículo sobre la eficacia del boicot a los festivales del fondo proisraelí KKR].
Usted denuncia que la entrada de los contados camiones de ayuda humanitaria no es para paliar el hambre de la población palestina, sino para facilitar las operaciones militares del Ejército israelí.
Es algo que tenemos que tener muy claro: la acción humanitaria se guía por los principios de neutralidad, imparcialidad, humanidad e independencia. Nada de eso es lo que está haciendo ahora mismo Israel, utilizando mercenarios no para resolver el problema que ellos mismos han creado —usar el hambre como arma de guerra—, sino para facilitar sus propias operaciones militares, controlando todavía mejor a la población palestina que, desesperadamente, trata de alcanzar algo de lo que llega en esos camiones.
Camiones, por otro lado, que han sido previamente seleccionados por Israel y dirigidos hacia determinados puntos de distribución, sin contar para nada con las necesidades de la propia población palestina. Todo eso es algo muy distinto a la acción humanitaria. Es una parte más de una operación militar que busca una limpieza étnica.
¿Son un caballo de Troya o juegan a buscar el caos entre la población palestina?
Sabemos lo que no es. O sea, no es acción humanitaria y no va a resolver el problema de la hambruna. A partir de ahí recordemos que Israel está utilizando esa distribución de ayuda para provocar más desplazamientos forzosos de la población gazatí y, evidentemente para enfrentarlos entre ellos. Basta pensar en esas imágenes que estamos viendo donde luchan desesperadamente por un kilo de harina. Además, en muchos casos la mercancía que entra en la Franja es capturada por grupos criminales. Lo ha dicho el Gobierno: el propio primer ministro israelí los está utilizando, colaborando y permitiendo que actúen, lo que genera todavía un mayor caos del que ya existe.
Más allá de la reacción al ataque de Hamás, ¿cuál es el objetivo de Israel en Gaza y Cisjordania?
El objetivo estratégico está muy claro: se trata de conseguir el dominio de todo el territorio que hay entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, reservándolo solo para los judíos e Israel. Eso lleva implícito una limpieza étnica para hacer insoportable la vida a los que no sean judíos dentro de ese territorio.
¿Cómo afecta el ataque de Israel a Gaza a la guerra en Ucrania, o viceversa? ¿Ve alguna correlación?
No, más allá de que desgraciadamente son dos ejemplos en los que, de manera muy evidente, se está utilizando una doble vara de medir. Ahí vemos las sanciones que se han aplicado a Rusia por violar una norma básica como es la entrada militar en el territorio soberano de Ucrania. Y, sin embargo, vemos como a Israel —después de décadas de haber invadido Egipto, Siria, Líbano, Jordania y de mantener ilegalmente el territorio palestino ocupado desde 1967— no se le ha aplicado una sola sanción. Por lo tanto, esa doble vara de medir se hace mucho más sangrante cuando comparamos los dos casos.
¿Por qué ha sido necesario tanto tiempo para que todos los actores se diesen cuenta de que la guerra entre Rusia y Ucrania está estancada y de que la única salida será una paz negociada que implicaría la cesión de territorios a Moscú? ¿Beneficia la guerra solo a la industria armamentística, principalmente estadounidense?
El entramado militar industrial se alimenta desgraciadamente de la codicia y los agravios comparativos, de modo que en muchos rincones del planeta acaban buscando armas para conseguir dominar al contrario, o sea, al enemigo. Ese es un factor estructural sobrevuela los conflictos en cualquier lugar del mundo.
En el caso de Ucrania, los dos actores principales implicados, tanto Moscú como Kiev, siguen pensando que por la vía de las armas pueden mejorar su posición actual. Mientras mantengan esa creencia, es difícil imaginar que se ponga en marcha un proceso de negociación para alcanzar algún tipo de acuerdo, aunque parece claro que llegará.
Otra cosa es si eso va a significar o no la paz. Y yo, desgraciadamente, creo que no va a ser así, porque nos vamos acercando a un acuerdo en el que Rusia considera que el tiempo corre a su favor y que Estados Unidos asume sus propias condiciones de partida. Es decir, la renuncia de Ucrania a entrar en la OTAN y la pérdida de buena parte de su territorio, además del levantamiento de las sanciones contra Rusia.
Desde ese punto de vista, no podemos esperar que Vladimir Putin tenga realmente ningún deseo de sentarse a negociar un acuerdo. Y lo mismo sucede con Volodímir Zelenski, quien considera que todavía no está en condiciones de aceptar la pérdida de su territorio y de que le impongan determinados límites a la soberanía nacional. En definitiva, todo eso hace pensar que la paz no está a la vuelta de la esquina.
¿Se está conteniendo Rusia o no tiene la suficiente capacidad para ocupar Ucrania?
Está claro que no tiene más capacidad. Recordemos que al principio de la invasión, en febrero de 2022, se hablaba de una operación especial militar, es decir, de una operación relámpago que en cuestión de días iba a provocar la caída de Zelenski y a colocar a una marioneta en su lugar en Kiev al gusto de Moscú, que resolvería el problema. No ha conseguido hacerlo y ha ido acumulando errores estratégicos y tácticos durante todo este tiempo.
Sin embargo, es cierto que demográfica, económica, industrial y militarmente la relación de fuerzas con respeto a Ucrania le favorece y que, por lo tanto, sigue insistiendo, poniendo más carne de cañón en el matadero, pero sin tener capacidad para ir ni más rápido ni más profundamente.
Una de las consecuencias de esta guerra ha sido el rearme de Europa. ¿Qué ve detrás?
Estamos en una dinámica que afecta a todo el planeta. Nos lo dicen las fuentes internacionales que recogen el gasto militar mundial. El último dato es de 2,7 billones de dólares dedicados a la defensa en el conjunto de los países del planeta. Dentro de esa dinámica, la Unión Europea ahora se siente más amenazada por Rusia y por la posibilidad de que Estados Unidos ya no sea un garante de su propia seguridad.
En cambio, si lo queremos ver en términos positivos, es una UE que busca la autonomía estratégica, es decir, dotarse de sus propios medios para defender sus propios intereses. Pero está claro también, y lo vamos a ver ahora en la cumbre de la OTAN a finales de junio, que la presión de EEUU va a forzar un incremento del gasto en defensa por parte de los países de la UE, sin que eso resuelva ninguno de sus problemas.
Por un lado, porque no va a conseguir la autonomía estratégica en cuatro años, como ha planteado el plan de rearme de Ursula von der Leyen, por lo que seguirá dependiendo de Estados Unidos. Por otro, porque hay muchas amenazas que no pueden ser resueltas por vía militar. No es una cuestión de tener más carros de combate para hacer frente, por ejemplo, a la amenaza de la crisis climática o al terrorismo internacional, porque los instrumentos militares no son los más adecuados.
Si a eso se le añade que el plan de rearme es básicamente un plan que descansa en la voluntad de los Gobiernos nacionales, en lugar de mutualizar el esfuerzo por parte de los Veintisiete, no podemos pensar que como resultado se vaya a conseguir una UE más fuerte y más segura.
Comentaba que a Putin le salió mal el plan, ¿pero se imaginaba esta situación? ¿La invasión respondía a una política interna o se vio amenazado por una Ucrania integrada en la Unión Europea y en la OTAN? Sea como fuere, en unas negociaciones de paz, Rusia tiene las de ganar.
Todos los países del planeta, y eso incluye a Rusia, tienen intereses legítimos de seguridad. Por lo tanto, Rusia percibe como una amenaza la aproximación de la OTAN a sus propias fronteras y la integración de sus vecinos en las estructuras de la UE y de la Alianza Atlántica. A partir de ahí, evidentemente, esa percepción de amenaza dispara una dinámica a la que se añade una voluntad imperialista por parte de Putin de intentar recuperar una zona de influencia en Asia Central y en la Europa Oriental que debe ser atendida adecuadamente.
Lo que ocurre es que —en un momento determinado, el 17 de diciembre de 2021— Putin emite un ultimátum a la OTAN planteando que es necesario renegociar el orden de seguridad continental porque está muy desequilibrado en su contra. Y tiene muchas razones para plantearlo así, porque Estados Unidos ha ido dando pasos que son vistos como amenazas para la propia Federación de Rusia.
El problema es que cuando la OTAN y la UE responden a ese ultimátum, el propio Putin dice que hay elementos positivos que permiten poner en marcha un proceso de negociación de ese orden continental de seguridad. Y una semana después invade Ucrania, con lo cual pierde todas las razones de las que se había ido dotando, en la medida en que viola por la fuerza militar la soberanía de un territorio.
No sabemos si le habrían tomado el pelo o no en esa negociación. Lo que sí sabemos es que Ucrania está siendo invadida y eso debilita cualquier argumento que pueda presentar Rusia. Pero si miramos hacia delante, está claro que no puede haber un orden de seguridad continental europeo si no contamos con todos los países de la zona.
¿Puede ser positivo el papel de Donald Trump en el fin de la guerra? ¿Qué busca? O, mejor dicho, ¿qué persiguen Rusia, Ucrania, la Unión Europea y Estados Unidos?
Estados Unidos tiene una clara prioridad con Trump o sin Trump: se llama China y es su principal rival estratégico. Por lo tanto, podemos entender que Washington busca liberar esfuerzos en otras partes del planeta —y eso incluye la Unión Europea— para poder concentrarlos en hacer frente a la emergencia de China como rival estratégico. Eso explica en buena medida el intento de Trump de conseguir algún tipo de acuerdo en Ucrania para reducir ahí su huella. El único elemento positivo que cabría imaginar es que el presidente de EEUU quizá está forzando ese proceso para llegar a algún tipo de acuerdo, aunque podría ser negativo para los intereses de Kiev.
Tenemos que reconocer que la guerra de Ucrania está estancada y que ninguno tiene la posibilidad, por vía militar, de conseguir lo que buscaban. Por tanto, poner en marcha otra dinámica abre la posibilidad de que se sienten a una mesa a negociar algún tipo de acuerdo.
Trump, pues, hace que mira a Kiev, pero observa con el rabillo del ojo a China. ¿La guerra arancelaria ha sido un farol?
No, creo que es una parte más de la estrategia de un Estados Unidos, que busca detener el declive de su poderío a nivel planetario y restablecer los enormes desequilibrios de su economía. Desde ese punto de vista, a corto plazo, lo que pretende con los aranceles de manera instrumental es imponer a clientes, a socios y a aliados unas nuevas condiciones que le permitan recuperar cierta parte de la capacidad industrial que ha ido perdiendo EEUU y que otros acepten las medidas que Washington considere necesarias.
Recordemos que la primera medida adoptada afectó a Colombia: utilizó los aranceles no en términos comerciales, sino para conseguir que al día siguiente el Gobierno de Gustavo Petro aceptara la deportación de ciudadanos colombianos que estaban irregularmente en territorio estadounidense. Por lo tanto, [la guerra arancelaria] tiene diferentes propósitos, pero el principal es intentar restablecer los desequilibrios enormes de su economía.
¿Se imaginaba un segundo mandato de Trump? ¿Ganó las elecciones por la inflación? ¿Cree que lo votaron hasta los demócratas, que antepusieron el bolsillo a la ideología?
Hubo un momento en el que la economía parecía el elemento fundamental de la ecuación, pero hay que recordar que al final de la etapa de Joe Biden la economía estadounidense no estaba ni mucho menos en el peor de su momento de su historia. Por lo tanto, lo que cuenta son otros factores. Donald Trump ha conseguido ser visto como el salvador en términos ideológicos de quienes se sienten perdedores de la globalización y de quienes no se sienten representados por los partidos sistémicos. Eso vale para Estados Unidos, aunque también para las sociedades europeas en general.
El presidente estadounidense es un síntoma más de esa deriva autoritaria en la que estamos metidos y de quienes aparentan plantear soluciones fáciles para problemas complejos. A corto plazo, por el malestar y por el desencanto que hay respecto a esta situación, quienes no se sienten parte del juego consideran que personajes como Trump pueden ser una alternativa viable. Pero, insisto, creo que demuestran más el malestar con lo que hay que el hecho de que se sientan seguros de que personajes como él pueden resolver sus problemas.
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