Opinión
Portugal: un espejo para España

Por Joan Mena
Exdiputado y secretario de coordinación de Comuns.
El lunes 19 de mayo, España se levantó siendo todavía más una excepción en el panorama político europeo. Y no me refiero al festival de Eurovisión, que ha saltado con razón a las principales portadas políticas por el intento del Gobierno de Israel de blanquear a través de acontecimientos culturales su genocidio en contra del pueblo de Palestina comprando bots. Lo digo porque las elecciones de Portugal, donde se impuso el centroderecha del PSD y aumentó de forma espectacular la ultraderecha de Chega, han hecho evidente que el Gobierno de coalición progresista del PSOE y Sumar se ha convertido en una rara avis.
Al margen de mis vínculos personales y familiares con Portugal, me interesa analizar el resultado de las elecciones en este país por los aprendizajes que podemos adquirir en la política española, principalmente desde las fuerzas de la izquierda transformadora. Hay tres elementos que considero que las elecciones lusas han puesto sobre la mesa.
En primer lugar, el debate sobre la inmigración. La ultraderecha portuguesa ha utilizado el estigma contra la población inmigrante elevándolo a unas cuotas que nunca había alcanzado nuestro país vecino. La asimilación de la inmigración a la delincuencia y el enfrentamiento de los últimos con los penúltimos en la sociedad, como hacen también las ultraderechas catalanas y españolas, nos deben hacer ver de qué manera la izquierda debe abordar este estratégico debate.
Es imprescindible tener propuesta política y capacidad pedagógica para plantear a la ciudadanía que, lejos de suponer una amenaza, la migración es un reto global que se debe dar respuesta desde la garantía de derecho. No podemos construir sociedades en las que haya ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda y donde el elemento de segregación sea el lugar de origen. Esa deriva nos lleva a ser una sociedad fragmentada y, por lo tanto, fracasada.
El derecho a una vivienda digna, a un trabajo estable, a una educación de calidad y a una sanidad universal son las cuatro patas fundamentales que sustentan una sociedad segura por ser socialmente justa y garante de la igualdad de oportunidades. Ni el código postal, ni la letra del NIE pueden condicionar el futuro de una persona.
El segundo aprendizaje de las elecciones de Portugal tiene que ver con la presencia en el Gobierno. El 18 de mayo Lisboa enterró el argumento que utiliza una parte de la izquierda transformadora española cuando afirma que para la reorganización y el relanzamiento de la izquierda es conveniente un Gobierno de derechas que permita articular, desde la reconquista de la calle y de la movilización, una propuesta de izquierdas que recupere la hegemonía que tuvo en España después del 15M. No es cierto. Un Gobierno de derechas es la principal amenaza que tenemos la clase trabajadora y el principal motor que hace crecer a la ultraderecha.
Lo hemos visto en Portugal, la alternativa al centro derecha acosado por la corrupción de Montenegro no ha sido ni la socialdemocracia del PS ni la izquierda transformadora, sino una ultraderecha que crece cuando el marco teórico y hegemónico por el que se transita es el que sitúan las derechas. Ahí pierde la mayoría social y ganan las élites que arrastran a la política al barro para hacer crecer la antipolítica como protesta contra el sistema.
Y, finalmente, el tercer aprendizaje de estas elecciones portuguesas es algo que no por sabido hace menos daño. La fragmentación de la izquierda transformadora (en Portugal había tres o cuatro papeletas: la ecosocialista de Livre, la comunista del PCP-CDU, la animalista del PAN y la socialista del Bloco de Esquerda) los ha llevado a todos, con la honrosa excepción de Livre que ha sido la única propuesta que ha subido de 4 a 6 escaños, a una irrelevancia política preocupante. Si España fue la muestra —en las elecciones del 23 de julio— de cómo la unidad de la izquierda transformadora, en una única papeleta, fue la garantía de condicionar un Gobierno progresista que frenase la llegada de los ultras al Gobierno del Estado e impulsase medidas transformadoras en el ámbito social, económico y laboral; Portugal ha demostrado que la fragmentación nos conduce a todo lo contrario.
En España estamos todos a tiempo de no repetir los errores de Portugal o Italia y encaminarnos a los aciertos de Francia o de la propia España en las últimas elecciones generales. Todo lo demás no tendría sentido. No por el interés partidista de cada uno de los componentes de la izquierda estatal, sino por el bien de la mayoría social de nuestro país. Y quien no trabaje para que esto sea un hecho tendrá que dar muchas explicaciones.
En definitiva, y para que nadie se llame a dudas, los avances de los Trump, Meloni, Ventura o Abascal de turno se frenan con una triple estrategia: abordando debates por muy complejos que sean, demostrando con políticas propias que marquen la agenda social y económica del país que se puede gobernar poniendo los intereses de los y las trabajadoras en primera línea y siendo capaces de caminar juntos porque, pese a nuestra diversidad, compartimos un proyecto.
Las confluencias o frentes unitarios de los últimos tiempos han sido un éxito en lo electoral (hemos llegado a cuotas de representación institucional que nunca habíamos tenido) y en la propuesta (hemos conseguido avances fundamentales en temas laborales, de salario mínimo o de derechos LGTBIQ+), pero han fracasado en los mecanismos democráticos y de toma de decisiones que nos deberían haber estabilizado en el tiempo. Ahí está el margen de futuro para corregir errores que le debemos a la gente. Que el Grândola Vila morena nos oriente también en el siglo XXI.
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