Un paisaje sevillano durante el apagón
Incertidumbre y temores en las primeras horas tras la caída del sistema.

Sevilla--Actualizado a
La vida se interrumpió de repente en Sevilla cuando se produjo el apagón. En un bloque de Triana los vecinos se asomaron a las ventanas, algunos con el móvil en las manos. "Oye, ¿tienes luz?". "Aquí no hay". "Creo que es en toda España", "¿En toda España?". En los grupos de WhatsApp, la gente preguntaba también. Se cruzaban bromas, que expresaban temores: "Ha empezado la invasión". La cuestión iba con el talante de cada quien.
No había información y se sucedían los comentarios. En la calle, los comercios también se quedaron sin luz. En algunos supermercados, se vendía el pan en la puerta. Pago en metálico. En otros, disponían de generadores y se permitía el pago con tarjeta. Cuestión de clases.
Un pensamiento primero fue el de comprar agua, leche, hacerse con pertrechos básicos y también, ante la necesidad de información, comprar transistores a pilas. Esto sirvió de igual modo para el humor: "¿Habrán evitado el apagón en Pilas [una localidad de la provincia de Sevilla]?" Las radios llegaron a agotarse en algunos comercios, donde se terminaron igualmente los hornillos. Entre tanto lío e incertidumbre, normalidad también: madres comprando utensilios y materiales —arcilla y estilete— para las prácticas escolares de sus niños del día siguiente.
En la calle Concha Espina, un hombre tenía el coche encendido y la radio puesta. Cargaba allí su móvil inutilizado, un cacharro inservible en ese momento. A su alrededor, la gente se agolpaba en busca de información y de contrastar la que tenía. "Es en Portugal también", "en Francia, dicen".
Había miedo, que se colaba en los ojos: "A ver quién ha sido". Se hablaba mucho de hackers. Había también quien imponía sensatez: "No se sabe nada. Hay que esperar".
En las peluquerías se terminaban a tientas los tintes, los peinados, los pelaos. Había mujeres con el pelo mojado en la calle. En las tiendas de barrio, los dependientes esperaban órdenes en la puerta mientras la oscuridad ocupaba el interior de los establecimientos. "No me hagas fotos, que me despiden", decía una dependienta, que estaba al pie del cañón, inquieta. Un gato tuerto de espléndido pelaje vigilaba la entrada de un comercio de ropa. Había turistas anclados, bolsas y maletas, en busca de metálico, las tarjetas no servían.
Poco a poco, la gente iba asumiendo lo que pasaba. En una calle de comercios del barrio de Triana se habían juntado la panadera, el farmacéutico, la librera y la propietaria de una tienda de juguetes. Comentaban con tranquilidad la cuestión. Los bares, hacia la una y media, tenían una actividad más allá de lo normal, ante la imposibilidad de trabajar de mucha gente.
Un hombre ingresado en el hospital Virgen de la Macarena, de Sevilla, contaba que "las luces de los pasillos estaban todas apagadas". "Para cargar los móviles íbamos a una sala en la que había luz". "Hubo mucho ajetreo con lo de la luz".
A las puertas de un colegio en Triana, madres y padres —también divorciados— acudieron a por sus niños sin haber hablado entre ellos. Había dudas, "¿Qué hago? ¿Lo recojo o lo dejo en el comedor?", "¿Pero hay comedor?". La responsable del centro daba instrucciones en la puerta: "Las alubias se han sustituido por bocadillos, no hay problema con el comedor". Hubo quien llegó tarde por los atascos. Y también, incluso, quien no se enteró de la cuestión hasta que no puso la radio del coche: "Volviendo del trabajo, puse la radio y supe lo que había pasado".
Esta mañana, la cotidianeidad había vuelto, salpicada aquí y allí con pequeños incidentes. Endesa, a primera hora, pasaba el recibo de la luz y en los bares, la vida bullía con naturalidad. "Ayer se hablaba del apagón y hoy se habla de mi pelao", resumía, con humor, el camarero de un bar.
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