"Lo que quieren es que nadie nos vea aquí": las personas sin hogar que no esperan un vuelo en Barajas
'Público' ha hablado con familias sin recursos, víctimas de desahucios, trabajadores y expresidiarios que llevan semanas pernoctando en el aeropuerto. "Tenemos nuestro sitio donde acampamos y no molestamos a nadie", defienden, cansados de cargar con el estigma.

Martes. 19.35. "Welcome to Adolfo Suárez Madrid-Barajas Airport". Risas. Camisas de verano y algunas corbatas. Abrazos. Bocadillos de paleta ibérica a 9.50. "¿Dónde están los taxis?". Más risas. Y más abrazos. Los aviones llegan desde París, Barcelona, Luxemburgo, Gran Canaria, Florencia y Dubai. El recorrido de las maletas se puede adivinar a través de un suelo traslúcido que hace, al mismo tiempo, de techo; una suerte de frontera que separa las ondas arcoiris de la Terminal 4 (T4) y la desazón de las plantas inferiores; una frontera que separa, por decirlo de otra manera, tenerlo todo y haberse quedado sin nada.
El sindicato ASAE, de Aena, calcula que entre 400 y 500 personas duermen cada noche en el aeropuerto de Barajas. Al principio extendían sus mantas –cuando no sus cartones, o directamente sus cuerpos– sobre las baldosas de la primera planta de la terminal. El tiempo los acabó llevando a una zona más discreta, entre rampas mecánicas y accesos –volados– al párking. La fila de sacos de dormir no podía ser la primera imagen de los turistas nada más pisar Madrid. El choque, aún así, resulta inevitable. "Esto es increíble, tremendo", dice una pasajera que sale del ascensor en la planta equivocada. "No es lo mismo verlo por la tele que tenerlo aquí delante", comenta otra, también perdida en el laberinto de Barajas.

"Lo que quieren es que nadie nos vea aquí", apunta una de las pocas personas que se anima a hablar con Público en un primer momento. María –nombre ficticio– pernocta desde hace dos meses en la terminal. La casualidad es caprichosa. Uber se anuncia un poco más arriba de donde ella duerme, camuflada, escapando del caos: "See you in Gran Vía". "See you in Retiro". "See you in Colón".
El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, ha reconocido las "condiciones indignas" de las personas que viven en Barajas, aunque considera que es responsabilidad del Gobierno central darles una solución. El popular, además, ha difundido la idea de que "muchos" son solicitantes de protección internacional, una máxima que niegan desde el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. Las entidades sociales que han hablado con este medio tampoco han detectado personas en estas circunstancias. "Para eso están las salas de asilo", confirman. La Mesa por la Hospitalidad de Madrid y Cáritas han elaborado una especie de censo de los huéspedes de la terminal; donde concurren perfiles de todo tipo: personas sin trabajo, familias sin recursos, inquilinos desahuciados, riders y expresidiarios –españoles y migrantes– amanecen cada día en un lugar en el que nunca se llega a hacer de noche.
"El casero vendió el piso y nos quedamos en la calle"
Daniel (53 años) y Abdel (56 años) tuvieron que salir hace diez meses del piso que compartían en Puerta del Ángel (Madrid). "El casero lo vendió sin avisarnos y nos quedamos en la calle", relatan en una conversación con este diario. Los paneles de información marcan las 21.00. El atardecer tiñe Barajas. La golden hour. La hora en la que empiezan a llegar las personas sin hogar que han pasado el resto del día en el centro de Madrid; recogiendo comida, resolviendo gestiones, pidiendo limosna.
"Buscamos otro alquiler [cuando perdieron su casa] y no lo encontramos, por eso vinimos al aeropuerto. Escuchamos que la gente podía dormir aquí y vinimos", continúan Daniel y Abdel. El primero trabajó toda su vida como albañil, hasta que una lesión en la pierna derecha forzó su salida del mercado laboral. El segundo se ganaba el sueldo como vigilante de seguridad. Los dos pasaron el invierno en un albergue municipal habilitado para la campaña del frío. Llegaron a la T4 en marzo, conocen a casi todos sus vecinos. "Tenemos nuestro sitio donde acampamos y no molestamos a nadie", defienden. Daniel se va directo a la zona en la que pasan la noche nada más hablar con Público. Abdel termina un bocadillo de tortilla y pasa por el lavabo antes de meterse en el saco de dormir. "No sabemos cuál es la solución, nosotros estamos buscando un alquiler. Si lo encontramos, nos vamos", reconoce.
Ana –nombre ficticio– es otra de las veteranas en la terminal. Lleva todo el día sin salir del aeropuerto y tiene ganas de hablar con sus compañeros –algunos, casi amigos–. "No te sabría decir cuánto tiempo llevo aquí porque voy y vengo, pero te aseguro que más de lo que me gustaría", arranca. Las cámaras no le gustan, pregunta si vamos a "sacarla en televisión" antes de seguir contando cómo acabó en Barajas. "El paro me da para pagar de vez en cuando un hostel y dormir en una cama, tampoco me puedo quejar...", se consuela, mientras se forma un corrillo improvisado. Ana tiene 50 años, trabajaba en atención al cliente y vivía de alquiler en Alcorcón. "No me han subido la renta, pero sin ingresos, no la puedo pagar", lamenta. Es una de las muchas madrileñas que tiene solicitada una vivienda social en la Comunidad de Madrid. "¿Eso existe? A mí nunca me llaman", bromea.
Sergio –también prefiere mantenerse en el anonimato– salió de prisión a finales de abril, viene de cumplir condena en la Cárcel de Teixeiro (A Coruña). La ruta para llegar al aeropuerto ha sido tan larga como frustrante. "Me iba colando en los trenes, preguntando si había plazas libres en los albergues municipales que me salían en Internet. La respuesta siempre era la misma, que estaban llenos", recuerda. No tiene relación con su familia, ni quiere "meterla en líos", por eso ha decidido refugiarse en Barajas mientras espera el subsidio de excarcelación –ahora integrado en el Ingreso Mínimo Vital–. "En cuanto me paguen, desaparezco [de la terminal]. No quiero esta vida de mierda, quiero una casa y un trabajo, me da igual dónde". Sergio atiende a Público mientras recoge sus pertenencias –un cojín, una manta, una toalla y dos monedas de euro– y busca un hueco donde acomodarse.
"No queremos que sepan que estamos aquí"
Fátima –nombre ficticio– tampoco quiere dar la cara. Es algo en lo que coinciden casi todas las personas que hacen noche en la terminal; una cuestión en la que tienen mucho que ver los estigmas. "No queremos que nuestros familiares y amigos sepan que estamos aquí", reconoce en privado otra de las inquilinas de la T4. Los policías y la seguridad del aeropuerto pasan varias veces por la zona mientras Público habla con Fátima, de sesenta años. "La vivienda es cara, no tengo dinero, no puedo pagar una habitación", denuncia. Es de origen marroquí. Lleva 20 años en España; una semana en Barajas. "Los medios [las derechas] dicen que las personas extranjeras que estamos aquí no tenemos papeles. Es mentira, me dieron los papeles cuando gobernaba Zapatero", destaca en varias ocasiones. Este medio ha podido ver sus recetas médicas; tiene hasta seis cajas de pastillas para la depresión, los dolores musculares y los problemas de corazón.
"No me puedo mover bien y me cuesta respirar", insiste. Fátima trabajó durante diez años en el sector de los cuidados y "limpiando oficinas", de ahí vienen, según dice, sus problemas respiratorios. Lo que peor lleva de dormir en el aeropuerto no son los dolores de espalda, sino la claridad. "Las luces no se apagan, tenemos luz toda la noche", relata. La mujer se sirve de su bastón para incorporarse, vuelve a tener dificultades. La primera visita con los servicios sociales la tiene "el 30 de mayo".
La luz al final del tunel
Gina (63 años) y Jose (19 años) son los últimos que han querido compartir su relato con Público. Madre e hijo. Vecinos de Villaverde (Madrid). Llevan dos meses en el aeropuerto. Los acompañan sus tres perros. "Estábamos en un piso de alquiler social, pero no quisieron renovarnos el contrato", asegura Jose. Gina se quedó en el paro cuando falleció la señora a la que cuidaba. La familia –de repente– se vio sin casa y sin ingresos. "Llegamos al aeropuerto pensando que habría algún rincón donde resguardarnos, porque sabíamos que no cerraba. Lo que no esperábamos es que hubiera tantas personas en la misma situación", sostiene Jose. Los dos definen la terminal como "un lugar tranquilo", sin conflictos, sin ruido.
"Los compañeros quieren mucho a nuestros perros, vienen a verlos, nos preguntan cómo están, incluso una policía cuando tiene turno aquí nos pregunta por ellos", añade Gina, a modo de anécdota. Los perros asoman la cabeza entre las mantas, como si escucharan sus nombres en la conversación. La familia tiene ahorros y suele aprovechar el día para hacer recados y "bajar al centro", donde compran comida, productos de higiene y tabaco. "La situación me ha generado tanta ansiedad que empecé a fumar una cajetilla cada dos días", lamenta Jose. Es pronto para cantar victoria, pero puede que estas sean las últimas noches de madre e hijo en Barajas: "Tenemos un colega al que hemos conocido aquí que ha encontrado piso y nos ha ofrecido una habitación. Si todo va bien, entramos antes de que acabe el mes. Es un regalo, una bendición".
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.