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El tren de la muerte: así es el viaje de los migrantes de México a EEUU pese a la amenaza de Trump

— Le dije que si le apetecía charlar con nosotras. Contarnos su historia.
Él, con la mirada perdida, pero, clavada en alguna parte: dijo que sí. No tardó en responder. Puso morritos, como cuando buscas que la forma de tus labios refuerce el sentido de tu respuesta.
Nosotras ya la conocíamos, su historia. Él sabía que respondiendo que sí no nos la estaba contando solo a nosotras.—
Dicksander salió de Venezuela hace seis años. Con 19 se puso a servir en el Ejército. Le gustaba. Pero un día empezó a recibir órdenes que le dejaron de agradar. Le obligaban a reprimir con fuerza a la gente de su pueblo que salía a protestar en contra del Gobierno de Nicolás Maduro. Él no quería, no quería hacerle daño a sus vecinas, a sus paisanas, a su familia. Y decidió dejarlo. Lo que no sabía Dicksander cuando tomó esa decisión es que aquel momento iba a condicionar el resto de su vida.
Estuvo preso, lo acusaron de cosas que no había hecho. Y se tuvo que ir. Vivió en Colombia y en Perú. En este último tuvo una hija y por ella y por su madre está hoy aquí, en México, tratando de llegar a Estados Unidos. Ha atravesado el Darién en Colombia, Panamá, Nicaragua, Costa Rica, Honduras y Guatemala, pero nada tan duro como México, dice.
Rosana coincide. Ella salió de Venezuela en febrero y en marzo logró llegar a México. Tiene 23 años y sus dos hijos, seis y uno. Conoció a Dicksander durante su travesía. Ambos fueron secuestrados cuando iban viajando en el tren, en 'La Bestia', un ferrocarril que cruza México y llega a Estados Unidos.
El deseo de Rosana era vivir con su hermana en México. Salieron juntas de Venezuela. Fueron secuestradas juntas y la pareja de su hermana, mexicano, pagó por las dos para que pudieran salir. Tras eso, unos días después, en el Estado de Veracruz, su hermana desapareció y la dejó sola. Tirada. Ahora Rosana busca que la deporten. Ya no pinta nada en México, dice. Su hijo Jonathan no para de preguntar por su abuela. Por el camino han visto de todo. Tras pasar el Darién, muchos cadáveres. Gente muerta que no pudo llegar.
Su sueño mexicano ahora se ha apagado. Dicksander prefiere no llamarlo sueño, para él es la pesadilla, la pesadilla americana.
Las Patronas, un oasis de esperanza en la jungla mexicana
“México es el país más duro, todo el rato te devuelve la migra”. Ninguno de los dos lo duda. Esta travesía es la que les ha expuesto a más peligros. Pero en medio de esta jungla llena de trampas y a lo largo de esta travesía de miles de kilómetros hay un punto en el que todavía se respira algo de esperanza. A 300 kilómetros de Ciudad de México se encuentra el albergue de Las Patronas, un grupo de mujeres que llevan 30 años acogiendo a personas migrantes y brindándoles su ayuda.
Al norte, caña de azúcar. Al sur, caña de azúcar. Y al este y al oeste, también. Cuando Rosana iba de camino hacia al albergue solo veía cañas de azúcar, por todos lados. Por un momento se asustó, pensó que quizás había tomado el taxi equivocado y que la habían secuestrado de nuevo. Pero de repente vio a lo lejos “Las Patronas”, entonces supo que había llegado.
El olor a ceniza, de quienes ignorantemente queman la caña, tapona la nariz. El suelo se tiñe de negro y el aire se llena de partículas de caña quemada en suspensión. A Norma esto le enfada: “Destrozan la tierra”, explica. Ella no se imagina una vida lejos de su tierra, le tiene muchísimo cariño. “Nadie quiere dejar su país así como así, la gente que pasa por aquí viene huyendo de la violencia”, afirma con pena.
Hace más de 30 años que su vida cambió por completo. En su pueblo, Guadalupe, en el Estado de Veracruz, desconocían la migración. Pero, un día, el tren de carga que pasa todos los días por allí y atrona los oídos de sus habitantes, traía gente. Un puñado de personas. Y aquello comenzó a convertirse en un hecho habitual en el pueblo.
Ante tal suceso Norma, sus hermanas y su madre, empezaron a preparar tacos para lanzárselos a la gente del tren y poco a poco su casa se convirtió en un albergue para personas migrantes. “En 2018 llegamos a atender a unas 800 personas al día”, narra Norma.
Por la ubicación de México en el mapa pareciera evidente que la mayor parte de personas que llegan al albergue fuesen de países centroamericanos, y así es. Sin embargo, Norma explica que allí ha llegado gente incluso de Nepal, China o Afganistán.
Su casa puede acoger a unas 50 personas al mismo tiempo, aunque desde la llegada de Donald Trump al poder la situación ha cambiado. Si bien es cierto que el tránsito de personas no ha cesado, sí es cierto que ha disminuido.
La pesadilla Trump
“Estados Unidos se cae si Donald Trump echa a la gente migrante, no es nadie sin ellos”. Norma eleva el tono de voz y lo hace más contundente cuando le preguntan por Trump. Se enfada.
El regreso del republicano a la Casa Blanca ha sido una verdadera pesadilla para las personas latinoamericanas que viven en Estados Unidos y que todavía no han podido regularizar su situación. El presidente ya ha deportado a miles de extranjeros y extranjeras a sus países de origen.
Y lo más doloroso de esto es que las deportaciones no solo son un castigo para las personas que las sufren en primera persona. Muchas de las personas devueltas a México tienen que despedirse de sus familias, de sus hijos. “Fue muy duro, hubiese soportado cualquier maltrato, pero que me separasen de mi hijo fue lo peor, hacen mucho daño a las familias”, explica Fidel, migrante deportado que ahora vive con su mujer Candice y sus hijos en Puebla.
Estas políticas han generado el colapso de los centros de detención, operando al 109% de su capacidad con más de 42.000 personas bajo custodia del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE).
A principios de marzo Claudia Sheinbaum, la presidenta mexicana, anunciaba que su país había recibido ya a casi 20.000 personas deportadas de las cuales 15.611 eran mexicanas y 4.052 eran extranjeras.
Muchas de las personas deportadas han denunciado malos tratos físicos y psicológicos por parte de la Administración de Trump. Tras ser detenidos muchos de ellos fueron esposados y encerrados durante varios días hasta que fueron devueltos a México.
Hace unas semanas el Gobierno del presidente Donald Trump lanzó una nueva aplicación que permite a los migrantes que se encuentran de manera irregular en Estados Unidos "autodeportarse" en lugar de enfrentar un posible arresto y detención.
Sin embargo, esta política de deportaciones estadounidense no es nada nuevo en el país. El artista Javier Salazar, conocido como deported artist en redes sociales, vivió algo parecido hace más de diez años.
Salazar nació en Tijuana, pero su madre y él se fueron a vivir a California cuando solo tenía tres meses. Cuando tenía diez años cruzaron la frontera para visitar a su familia en México y cuando quisieron regresar él no podía. No tenía papeles.
Su madre regresó y él tuvo que hacerlo saltando el muro en la noche. El primer intento fue fallido. Esa fue su primera deportación. El segundo, exitoso, lo logró. Con 16 años consiguió la residencia. Con 24 años su novia falleció. “Caí en una gran depresión y en los malos pasos. Un día robé 300 dólares y por eso me dieron 11 años de cárcel y tras cumplir mi condena y servir varios años como bombero: me deportaron”, lamenta.
Desde hace diez años vive separado de su esposa y sus hijos y utiliza sus pinturas para dar voz a sus historias, las historias de las personas migrantes.
El sueño americano se ha convertido en una pesadilla para miles de migrantes que, como Dicksander y Rosana, han arriesgado todo por un futuro mejor y a cambio se han encontrado con un camino marcado por la violencia y el racismo estructural. Desde la travesía por la selva del Darién hasta la incertidumbre de ser deportados, sus historias reflejan una cruda realidad: la migración no es un acto de deseo, sino de supervivencia. Y en ese trayecto lleno de obstáculos, pocas manos amigas, como las de Las Patronas, logran mitigar el sufrimiento de quienes avanzan con la esperanza desgastada pero aún viva.
A medida que las políticas migratorias de Estados Unidos se endurecen y México se convierte en un territorio cada vez más hostil para quienes huyen de sus países, las historias de las personas deportadas y de quienes aún sueñan con cruzar la frontera son testimonio de un sistema que sigue fallando. 'La Bestia' hoy sigue su curso, arrastrando sobre sus rieles el peso de un mundo que expulsa a los suyos mientras el viento borra los nombres de quienes un día soñaron con llegar.
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