Muere José Mujica, expresidente de Uruguay, símbolo de la izquierda y el compromiso político
Figura histórica de la izquierda latinoamericana, el 'Pepe', como era conocido en todo el mundo, había comenzado a despedirse hace unos meses tras anunciar en abril de 2024 que padecía cáncer de esófago.

Madrid--Actualizado a
José Mujica, expresidente de Uruguay, murió este martes 13 de 2025 mayo a los 89 años. Figura histórica de la izquierda latinoamericana, el fallecimiento del Pepe, como era conocido, fue anunciado por Yamandú Orsi, actual presidente de Uruguay, en sus redes sociales: "Con profundo dolor comunicamos que falleció nuestro compañero Pepe Mujica. Presidente, militante, referente y conductor. Te vamos a extrañar mucho Viejo querido. Gracias por todo lo que nos diste y por tu profundo amor por tu pueblo".
Enfermo de cáncer desde hace un año, Mujica había comenzado a despedirse del mundo unos meses atrás. Fue en abril de 2024 cuando hizo pública su enfermedad. Hace unas semanas los médicos le informaron que el tumor en el esófago se había expandido y él renunció a recibir más tratamientos. Es más, pidió que le dejaran morir tranquilo: "El guerrero tiene el derecho a su descanso", dijo en una entrevista en la que reconoció que se había terminado su ciclo "hace rato". En los últimos días su salud había empeorado y su fallecimiento parecía inminente.
Mujica fue elegido presidente de Uruguay en 2009 para el período 2010-2015. Su llegada a la presidencia del país fue la culminación de una trayectoria basada en el compromiso político. Fue entonces cuando su carisma sedujo al mundo, que de repente descubrió a un político de izquierdas sabio, sencillo, austero y cercano, con las ideas más claras que sus colegas y con una personalidad cordial y afable.
Nacido el 20 de mayo de 1935 en Montevideo, en una familia de ascendencia vasca e italiana, Mujica perteneció en su juventud al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLNT), la guerrilla que combatió a la dictadura militar uruguaya con las armas.
Su faceta de guerrillero es la más oscura: bajo los pseudónimos de Facundo, Emiliano y Ulpiano protagonizó asaltos y secuestros a mano armada en los años 60 del pasado siglo. En un enfrentamiento recibió seis balazos y estuvo a punto de morir. En 1969 participó en la Toma de Pando y en 1971 fue uno de los 106 tupamaros que escaparon en la fuga del Penal de Punta Carretas. Su pertenencia a la guerrilla le costó más de 13 años de cárcel: entre 1972 y 1985, estuvo sometido a duras condiciones de detención y sufrió torturas.
Recluido en calabozos minúsculos, estuvo siete años privado de libros —solo "rumiaba" lecturas pasadas— hasta que, por orden psiquiátrica, le dejaron leer textos de biología y física. En un momento hasta escuchaba "gritar" a las hormigas. Al salir dijo que su cerebro quedó "carcomido de rejas".
Como dijo él mismo en varias entrevistas, estuvo a punto de volverse loco. Fue liberado en marzo de 1985, cuando se aprobó la ley de amnistía de delitos políticos tras la caída de la dictadura en Uruguay. Los 13 años de reclusión no quebrantaron su vocación política y junto a otros miembros del MLN y partidos de izquierda, creó el Movimiento de Participación Popular (MPP), dentro del Frente Amplio.
Un símbolo político de alcance universal
Tras su liberación, empezó entonces una carrera política que le llevaría a la cúspide 25 años después. Pasó por todos los puestos: fue diputado y senador, y líder del MPP; en 2005, el entonces presidente, Tabaré Vázquez, le nombró ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, cargo que dejó tres años después para centrarse en su candidatura a la presidencia.
En noviembre de 2009 con el 52,39% de los votos, se convirtió en el presidente más votado de la historia de Uruguay (aún lo sigue siendo) y también en el que llegaba al poder con más edad, 74 años. El 1 de marzo de 2010 asumió la presidencia y la encargada de tomarle juramento fue su esposa y su compañera de toda la vida, Lucía Topolansky, que en esas elecciones también se convirtió en la senadora más votada del país.
De talante integrador, como presidente de Uruguay adquirió fama internacional por su austera forma de vida, su mensaje contra el consumismo y tres leyes aprobadas: la despenalización del aborto, la legalización del matrimonio homosexual y la legalización del cultivo y comercio de marihuana.
Durante su etapa en el poder, Mujica no residió en el palacete presidencial —que dejó como refugio para indigentes— sino en su granja, a las afueras de Montevideo, donde compaginaba la jefatura del Estado con el cultivo de flores y hortalizas. También renunció al 87% de su sueldo, un gesto nada habitual entre los políticos.
Pero así era Mujica: humilde, campechano, informal, sencillo y controvertido. Adorado por los clases populares, se erigió en un militante de la humildad y la austeridad conocido por sus pensamientos filosóficos sobre la vida, el modo de habitar el mundo y sus mensajes contra del consumo desaforado.
A pesar de que abandonó la actividad política en 2018, sus profundas reflexiones políticas y su ejemplo han calado en buena parte de la izquierda latinoamericana y también en la española, que lo han convertido en un símbolo político de alcance universal.
En tiempos de polarización, su figura sigue generando respeto incluso entre sus adversarios. Porque no impuso, sino que convenció. Porque no dividió, sino que integró. Porque no se perpetuó, sino que se fue cuando terminó su mandato, y volvió a su chacra, a vivir como siempre. Sin escoltas. Sin lujos. Sin escándalos.
José Mujica no fue un salvador ni un mito. Fue, simplemente, un hombre que se mantuvo fiel a sí mismo y a sus convicciones. En una Latinoamérica donde muchas veces la política es vista con desconfianza, su paso por el poder dejó una pregunta abierta: ¿Y si se pudiera hacer distinto?
Para algunos esa pregunta, más que cualquier otro logro, es su verdadero legado.
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